viernes, 5 de noviembre de 2021

El drama brutal de miles de niñas que desaparecen cada año en India

Nadie sabe dónde están las niñas que faltan en la aldea de Mahima, excepto la propia Mahima. La última vez que vio a una de ellas, la suya, salía de su vientre como el aborto de una hija no querida. De las demás, nadie sabe.

Faltan niñas en esta remota aldea del estado de Rajastán, y en el pueblo vecino, y en toda la India, pero nadie las busca. No las conocen. La mayoría están muertas o no han nacido.

Durante los últimos 30 años, millones de niñas se han esfumado sin dejar rastro o han muerto antes de cumplir los 6 años bajo la sospecha de haber sido asesinadas, vendidas, abandonadas o han desaparecido por obra de sus propios padres.

Sentada en su despacho, en el exclusivo barrio de Lodhi Estate de Nueva Delhi, una funcionaria de Naciones Unidas dibuja un diagrama con los sectores de la sociedad involucrados en las desapariciones.

“Si te fijas, la línea pasa por las familias de las chicas, el Gobierno, la Policía, los hospitales, la economía. Todos están en esto y a nadie le importa”, dice mientras conecta los nombres trazando un círculo sin salida.

A finales de los 80, unos informes sobre muertes de recién nacidas, con el cuello partido a las pocas horas de nacer, con leche envenenada o asfixiadas con sábanas empapadas, revelaron que se estaba llevando a cabo un asesinato selectivo de niñas en la India.

Con el paso de los años, las brutales muertes parecieron desaparecer gracias a programas de vigilancia sobre las embarazadas hasta el parto, o cunas instaladas en los hospitales para que los padres dejaran a las bebés sin tener que dar explicaciones. 
‘Si su bebé es una molestia, déjelo aquí’, se leía en algunos centros.

Los casos de bebés asesinadas bajaron, pero la población de mujeres siguió cayendo: 
la llegada de las ecografías a la India había dado inicio a un nuevo sistema de selección de sexo.

Si te fijas, la línea pasa por las familias de las chicas, el Gobierno, la Policía, los hospitales, la economía. Todos están en esto y a nadie le importa

El censo de 1991 mostró que había 4,2 millones menos de niñas que de niños con edades comprendidas entre los cero y los 6 años. La situación empeoró en el censo de 2001, que elevó la diferencia a seis millones. En el último, realizado en 2011, el desequilibrio alcanzó los 7,1 millones, según señala el Centro de Investigación Global para la Salud (CGHR) en un estudio publicado por The Lancet.

El Ministerio de Interior indio también publicó en junio el registro de nacimiento 2016-2018, el estudio más preciso de radio de sexo en el país hasta que se publique el censo de 2021, y los datos proyectados no son alentadores: nacen 897 niñas por cada 1.000 varones.
La selección se ha propagado por casi todo el país. En julio de 2019, los registros de nacimiento en 132 aldeas del distrito de Uttarkashi, a unos 300 kilómetros al norte de Nueva Delhi, dejaron a la vista la efectividad de la matanza: 
de los 216 bebés nacidos en tres meses, todos eran varones.

Lo que mató a la hija de Mahima fue una mezcla de mifepristona y misoprostol, dos medicamentos disponibles en el mercado. Uno es conocido como la ‘píldora del día después’ y el otro es un tratamiento para las úlceras gástricas.

“Era una hembra, y yo quería un varón”, dice Mahima protegida por la privacidad que le da su choza de barro. Morena y enjuta, la mujer de 26 años tiene los dedos ensangrentados por los piojos de su hijo que se van quedando pegados entre las manos. No se arrepiente de lo sucedido.

En un rincón de la casa de una única habitación, en la que no entra la luz, están sus dos hijas mayores, de 8 y 10 años. Solo están vivas porque nacieron primero. Mahima está convencida de que el sexo de los bebés lo determina un patrón con el que fue configurado el aparato reproductivo de cada mujer, y agrega que en su caso comprobó que 
“los niños nacen después de tener dos niñas”. Por eso abortó el que sería su cuarto hijo, convencida de que era una mujer.

 

‘Sangre de mi sangre’

Aunque el uso del ultrasonido está permitido para examinar la evolución de los fetos, la Ley de Técnicas de Diagnóstico de Preconcepción y Prenatal de 1994 prohíbe revelar el sexo a las familias o solicitar ese servicio, con penas que van de los tres a los cinco años de cárcel.

Pero la ley propició un nuevo nicho clandestino: médicos o profesionales con capacitación para utilizar los ultrasonidos comenzaron a cobrar bajo la mesa sumas de hasta 300 dólares a cambio de hacer una señal, un gesto o poner una marca diminuta al borde de la receta para revelar el sexo a los padres.


Mahima jura que el médico no la examinó para corroborar si su bebé era una niña. Pero a cambio de 600 rupias, o unos ocho dólares, le dio la receta con la que le entregaron las medicinas para abortar.

Antes, el médico le propuso continuar con el embarazo y entregar la niña al hospital cuando naciera, pero el futuro de su hija era algo que no quería dejar en manos de nadie. 
Las noticias de albergues que prostituyen, venden o esclavizan a las chicas era una idea que torturaba a Mahima más que la propia muerte.

“¿Pero cómo iba a entregar a mi hija? Es sangre de mi sangre”.

Si hubiera que marcar las casas en las que al menos una niña desapareció, habría que señalar también la de Amisha, la esposa de un campesino distinguido en el pueblo con dos bueyes y media docena de cabras.

A ella se le ve tres veces al día fuera de casa, cuando lleva a pastar a las cabras, o cuando sale a recoger agua de la bomba manual instalada en medio del campo. Su cuello estirado se mueve con el impulso con el que ondean los 30 litros que lleva sobre su cabeza.

La melena larga y casi dorada de su hijo Ajay es una promesa que hizo a los dioses si su familia era bendecida con un varón, un delfín para el legado de la familia.

En el hinduismo, el hijo varón, o el marido en el caso de la muerte de una mujer, son necesarios en el rito de cremación para alcanzar la redención.

Yo reúno la mitad, y el resto lo pedimos prestado a nuestros familiares. Cuando otra mujer de la familia se case, tendré que dar dinero para pagar lo que me dieron

La responsabilidad de Amisha con la descendencia de su familia es mucho mayor que la de Mahima. Al estar casada con el hijo único de una familia de granjeros, tener al menos un varón era la única manera de asegurar el linaje de su marido y la salvación de su alma.

La esposa de este campesino tuvo dos varones, con tres niñas intercaladas. Solo las dos primeras nacieron. 
La última se quedó entre un trapo viejo que contuvo la sangre del aborto provocado por la misma mezcla de mifepristona y misoprostol que consiguió Mahima.
“Sí, lo hice”, contesta con una media sonrisa cuando le preguntan si se deshizo de ella.

Su marido cerró el trato con el doctor para que le diera los medicamentos a cambio de 14 dólares por cada mes de embarazo. Estaba embarazada de tres meses.

'La extinción de la familia'

Si una esposa no es capaz de proporcionar hijos varones, “tiene que abandonar la casa”, regresar con sus padres, y así el esposo podrá casarse de nuevo e intentar continuar la descendencia, explica Amisha para referirse a una norma no escrita a la que llama “la presión del matrimonio”.

Mientras que las hijas dejan el hogar para ir a vivir con sus maridos, los varones están destinados a quedarse en casa con su esposa e hijos, cuidar de sus padres y los bienes familiares.

Tener solo niñas significaría la extinción de la familia.

“Criar a una hija es regar el huerto del vecino”, dicta un popular refrán indio que apunta directo al sistema de la dote, el pago que los padres hacen por el matrimonio de sus hijas.

Claro que hay que pagar la dote, si no qué hombre va a aceptar casarse con una hija

 

Irónicamente, las mujeres son las depositarias del honor familiar, y la dote es una muestra del estatus social que permite a los padres escoger entre los mejores pretendientes y hogares a los que pasarán a pertenecer sus hijas. Pero la dote es una de las principales razones por las que las niñas son vistas como una carga, como una futura deuda.

“Yo reúno la mitad, y el resto lo pedimos prestado a nuestros familiares. Cuando otra mujer de la familia se case, tendré que dar dinero para pagar lo que me dieron”, detalla Mahima para explicar un sistema prohibido y penado por ley desde 1961, pero que aún es una práctica corriente.



No hay un monto estipulado. En poblados pobres la puja puede empezar en los 1.500 dólares en forma de ganado, joyas, propiedades o tierra.

El pago incompleto de la dote y las presiones por más dinero por parte de la familia del novio abren en ocasiones otra puerta a la muerte.

El informe más reciente de la Oficina Nacional de Registros Criminales (NCRB), que recoge datos de 2018, reveló que 7.277 mujeres fueron asesinadas por asuntos relacionados con la dote, lo que representa el 94 por ciento de los 7.747 asesinatos de mujeres registrados ese año en la India.

“Claro que hay que pagar la dote, si no qué hombre va a aceptar casarse con una hija”, razona una anciana que ha quedado sola después de entregar a su única hija.

 Años de exterminio

En 1984, el investigador Sabu George se dio cuenta de que faltaban niñas. Llevaba varios años estudiando en el sur de la India los problemas de nutrición en la infancia y llegó a la conclusión de que las estaban matando con abortos masivos, o justo al nacer, o más tarde, privándolas de alimento.

Desde entonces ha dedicado su vida a destapar este exterminio. Durante los primeros años siguió el embarazo de más de mil mujeres en el estado de Haryana, la región con el peor ratio de sexo de toda la India, donde descubrió como opera todo.

“La negligencia intencional en el parto, o que luego recibieran menos leche, menos alimentos, menos cuidados, menos atención médica es algo de vieja data. Pero
 lo que hemos visto en los últimos 20 años es la eliminación en la etapa del feto”, explica.

Regresamos con George a Haryana. Allí intenta conversar con las familias de uno de los distritos con mayor escasez de mujeres, donde niegan de manera rotunda la práctica.

George apunta a los médicos y a las ecografías como una fuerte causa del problema, pues si bien hay temas culturales y de falta de educación difíciles de erradicar, algunos médicos descubrieron muy pronto que 
“determinar el sexo de una niña y eliminarla era una mina de oro”.

El secretario general de la Asociación de Radiología de la India, Rajeev Singh, aborda el tema sin tapujos: 
“La pregunta es ¿quiénes son estos médicos detrás de la selección de niñas?”, y recuerda que al mismo tiempo que se prohibió revelar el sexo en los ultrasonidos, el Gobierno les permitió a los ginecólogos practicar ecografías.

“A un ginecólogo se le da el poder de hacer ultrasonido, y resulta que también tiene la capacidad legal de practicar abortos. Todo se vuelve muy fácil”, lamenta.

En sociedades como la india, la desproporción en el número de mujeres plantea un futuro incierto. Tiene consecuencias a largo plazo, “conduce a más violencia sistemática contra ellas” y, entre otros aspectos, a una mayor competencia para encontrar pareja, explica la socióloga e investigadora Katharina Poggendorf-Kakar.

Aunque la muerte de muchas mujeres comienza en el vientre materno, el riesgo de que las hagan “desaparecer” las persigue hasta su vejez

La autora de Mujeres en la India, que dedica un capítulo a “las niñas perdidas”, cita como ejemplo su tráfico hacia otras regiones para ser vendidas.

Según esta investigadora de origen alemán, radicada en la India, “las esposas compradas a veces se comparten con otros miembros masculinos de la familia del esposo”, lo que agrava la violencia hacia unas mujeres que están lejos de su hogar y dependen exclusivamente de su “familia política”.

A ello se suma otra forma de explotación como esclavas sexuales: ““Claro que hay que pagar la dote, si no qué hombre va a aceptar casarse con una hija””.

Así, insiste la socióloga, aunque la muerte de muchas mujeres comienza en el vientre materno, el riesgo de que las hagan “desaparecer” las persigue hasta su vejez. Es una “violencia sistemática” contra ellas.

 


Novias a la venta

Cuando se publicaron los datos del Censo Nacional de 2001, Hasina iba de camino a Haryana, un estado agrícola al norte de Nueva Delhi con el peor ratio de sexo de todo el país: 861 mujeres por cada 1.000 hombres.

Su llegada y la de otras muchas niñas fue una consecuencia directa de estos números. Todas viajaron para suplir la falta de mujeres, para convertirse en esposas. Todas eran de estados pobres como Bihar, Assam o Bengala. Hasina se refiere a ellas como “las hermanas traficadas”.

Ante la falta de mujeres, las familias comenzaron a pagar a quien pudiera traer alguna. La necesidad abrió un nuevo mercado: el tráfico de novias.

Según el último informe de la Oficina Nacional de Registros Criminales, al menos 34.923 mujeres fueron secuestradas en 2018 para ser casadas a la fuerza, más de 95 al día.

Hasina le costó a su marido 12.000 rupias, unos 170 dólares. “Te compré. Te compré de la misma manera que habría comprado un búfalo”, le grita su marido en cada pelea para recordarle que no es más que una molki, lo que se puede traducir libremente del dialecto regional haryanvi como “una mujer comprada”.

Pero él no había sido el primer comprador. Hasina llegó a Nueva Delhi con 12 años de la mano de un ‘intermediario’, un hombre que la convenció de que la llevaría a la capital de paseo y que sus padres le habían dado permiso.

“Cuando me di cuenta ya estábamos en Delhi”, recuerda la mujer, hoy de 32 años.


Publicado por EL TIEMPO-INDIRA GUERRERO   Efe Reportajes(*): Reportaje escrito con la colaboración de Ujwala P. y Atul Vohra. Editado por Moncho Torres y Javier Marín.- 16/01/21


 

 

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